La comunicación de gobierno se ha especializado mucho en el mundo entero en los últimos años. Al punto de existir formación académica en la que se dan las herramientas teóricas para gestionarla de manera más efectiva. El objetivo central es la generación de consensos, y cuando no se logra, al decir del académico argentino Mario Riorda, “no hay buena gestión”.
Si bien la comunicación de gobierno abarca a los Ejecutivos y a los actores que lo conforman, por ser tan amplio el campo de estudio, en este caso el análisis se centrará en el presidente Luis Lacalle Pou, su relato, la relación con los medios de comunicación y las crisis.
La construcción del relato
Luis Lacalle Pou es un hombre que nació en el seno de una familia de tradición política, de referentes del Partido Nacional. Hijo del presidente Luis Lacalle de Herrera y bisnieto del referente histórico Luis Alberto de Herrera, su destino parece haber sido preparado desde su niñez para llegar a ocupar la jefatura de Estado. Prueba de ello es que, a pesar de ser doctor en derecho, toda su vida laboral se circunscribe a la política: comenzó como diputado, luego senador y finalmente alcanzó la Presidencia.
Es un hombre que a pesar de haber nacido en cuna de oro y de no haber padecido las necesidades económicas que viven sus compatriotas, no ha tenido dificultades para relacionarse con sectores socioeconómicos más carenciados, fundamentalmente en el interior del país.
Pasó de ser el hijo rebelde del presidente Lacalle de Herrera a un diputado impetuoso que llegó incluso a agarrarse a trompadas en la Cámara de Diputados. De ser un político minimizado por sus oponentes por su falta experiencia –recordemos el apodo de Cuquito, en alusión a ser un retoño de su padre, el Cuqui Lacalle; o Pompita, como lo bautizó Tabaré Vázquez ante sus promesas electorales– y por parte del periodismo por su falta de solidez –Gabriel Pereira en la campaña 2014 le dijo que sanateaba y otros periodistas lo dejaron al descubierto ante la inexactitud o desconocimiento de sus propias propuestas– a convertirse en el principal líder de su partido y de la coalición multicolor, que engloba a todos los partidos de centro y derecha del país.
Desde la asunción presidencial, fundamentalmente en el plano discursivo, hace gala de una conducción en donde centraliza el poder y asume la responsabilidad ante todos los posibles errores que puedan cometerse dentro de su administración. Se coloca en la primera fila, como el timonel que debe capear el temporal –metáfora esta que fue utilizada por el mismo mandatario en la campaña electoral– pero simultáneamente, en un momento de pandemia y de crisis sanitaria, social y económica que padece el país, no duda en tomarse vacaciones, escaparse los fines de semana hacia el este o hacerse registrar haciendo surf en las costas oceánicas del departamento de Rocha.
Su figura es central en la construcción del relato. No resultan casuales las fotos que aparecen en las redes sociales y que difunden medios de prensa en donde incluso se hace culto de su cuerpo trabajado en gimnasio, de su destreza corriendo olas o de su simpatía conversando con jóvenes que se acercan hasta él a pedirle una selfie.
Siempre es recomendable que la comunicación gubernamental apueste a lo institucional, de manera uniforme y en forma contraria a la publicidad individualista o centralizada en una sola persona, en este caso el Presidente de la República, porque esta situación, a largo plazo es propensa a generar desgaste de la figura y hastío en la ciudadanía.
En cuanto al relato de gobierno se sostiene en un eje principal: la gestión de la pandemia, que además se ve complementado por continuas alusiones a la mala administración que realizó el gobierno del Frente Amplio, juicios emitidos fundamentalmente por actores vinculados al Poder Ejecutivo. Desde este hecho la comunicación del gobierno trabaja la construcción retórica del enemigo político: las administraciones frenteamplistas que tuvieron una coyuntura favorable pero que fueron incapaces a la hora de gobernar con el “viento a favor”.
Este tipo de relato no debería ser propio de la comunicación de gobierno que –como se señaló anteriormente– el fin es la generación de consenso, no la alimentación de una grieta entre fuerzas políticas que deben convivir en sociedad.
Un óptimo relato de gobierno debe comunicar un proyecto de país, que sea colectivo, institucional y que traiga aparejado el máximo consenso político y social posible. La comunicación de gobierno tiene que mostrar un rumbo claro, una ruta por la que se transitará hasta llegar a la meta trazada. Esta situación –más allá de la LUC que si bien es un paquete de iniciativas legislativas no se constituyen en un mito gubernamental, ni presentan un modelo de país– de momento resulta inexistente, posiblemente porque es una administración conformada por una coalición de partidos que no tienen los mismos objetivos, y que comienza a emitir señales de cierto deterioro cuando apenas se transitó el primer año de gobierno; era más esperable que los socios del Partido Nacional comenzaran a desmarcarse cuando promediara la presente administración y apareciera en el horizonte el próximo ciclo electoral.
El Homo Videns
A finales del siglo pasado el politólogo italiano Giovanni Sartori incursionó en el terreno de la comunicación política con la teoría del Homo Videns. El catedrático se refería a la evolución humana y sostenía que así como en un momento fuimos Homo Erectus, Homo Habilis y últimamente Homo Sapiens, en la actualidad se confirmaba que nos habíamos transformado en Homo Videns.
Esta sentencia se basa en que el ser humano ha perdido la capacidad de sapiens, o sea de razonamiento, de cuestionamiento y de discernimiento, para pasar a ser un individuo que se caracteriza por el videns, o sea, alguien que da por cierto todo lo que ve, fundamentalmente en los medios de comunicación.
El uso de los medios de comunicación masivos en la construcción del consenso político no es nuevo, aunque pueden notarse diferentes estilos, que van desde el documental (por ejemplo, el caso del presidente Sebastián Piñera y los mineros chilenos) y la farándula (las apariciones mediáticas de Carlos Saúl Menem) hasta el talk show (sin dudas el caso más emblemático fue el venezolano Aló Presidente de Hugo Chávez) y el reality show (Mauricio Macri, entre otros).
El caso de Lacalle Pou se emparenta más con las técnicas del reality show, una herramienta que, como un producto televisivo, intenta obtener los mayores índices de rating en las teleaudiencias contemporáneas. Hay varios casos que comprueban esta afirmación, por ejemplo, el 6 de enero de 2020 vimos al presidente ayudar a una familia brasileña que había tenido un siniestro de tránsito en la ruta, mientras que un año después, el 14 de enero de 2021 observamos al mandatario como socorría a un motociclista accidentado. Al decir de George Lakoff, lingüista vinculado al Partido Demócrata de Estados Unidos, ese perfil encaja a la perfección dentro de lo que él califica como un “padre protector”, un líder que va a proteger y ayudar a los hijos que tienen dificultades.
Esta política del reality show también nos muestra en las redes sociales y en los informativos de televisión la imagen icónica de la fortaleza y el éxito. Se trata del culto al deportista, el surfer triunfando sobre las embravecidas olas, que cuando sale del mar se encuentra con admiradores deseosos de tener un contacto con un superhombre.
Y finalmente el hombre de familia. En la primera semana de febrero los medios de comunicación y las redes sociales difundieron imágenes de Lacalle Pou con su esposa, Lorena Ponce de León, caminando por 18 de Julio tomados del brazo como dos enamorados. Según trascendió el mandatario estaba acompañando a su pareja a comprar ropa ya que se le había manchado luego de almorzar juntos.
Posteriormente, en las redes sociales aparecieron fotografías en donde se daba cuenta de la cantidad de cámaras que estaban siguiendo la escena, lo que dejaba al descubierto que se trataba de una puesta en escena de marketing político que había sido concertada previamente.
La relación con los medios
Los medios son la principal herramienta de comunicación gubernamental que utiliza el actual gobierno, que se apoya fundamentalmente en los canales de televisión, más allá de las radios y diarios privados, que mayoritariamente son afines a la actual gestión y en muchos casos instrumentos fieles y consecuentes en defensa del establishment. Tanto los canales de televisión como la abrumadora mayoría de las emisoras radiales fueron resultado de concesiones otorgadas por los sucesivos gobiernos colorados, blancos y de la dictadura. No debe sorprender entonces que funcione con una fluidez casi natural una relación carnal entre los gobiernos de los partidos fundacionales y los propietarios (en verdad concesionarios que usufructúan ondas de todos los uruguayos) de los medios, que se refleja en un férreo blindaje de la administración Lacalle Pou. Los medios públicos, ya de por sí débiles en su incidencia en la formación de la opinión, no resultan de interés para el actual gobierno y de ahí el proceso de silenciamiento de voces que podrían poner en cuestión aspectos de la gestión.
Posiblemente por decisión de esta administración o quizás por las medidas que se debieron adoptar ante la pandemia del coronavirus, una de las mejores herramientas que tenía el Uruguay en comunicación de gobierno fue dejada de lado: los Consejos de Ministros abiertos, que tenían como característica fundamental romper el centralismo montevideano y escuchar a diferentes colectivos y organizaciones sociales de todo el país.
El actual gobierno se comunica fundamentalmente a través de conferencias de prensa, que en un principio eran prácticamente diarias pero que actualmente han decrecido en su periodicidad. En el relacionamiento, el jefe de Estado tiene un estilo particular, que demuestra familiaridad y en ocasiones complicidad con los periodistas, que en algunas oportunidades son funcionales a los intereses de sus empleadores, que a su vez son funcionales por convicción o por el imperio de las circunstancias al gobierno. Se asiste sin pudor alguno a un penoso e incuestionable ida y vuelta entre el poder político y el poder mediático.
En general los uruguayos se informan de las acciones gubernamentales a través de los medios masivos de comunicación, que son los grandes constructores de la verdad oficial, pero como decía el periodista polaco Ryszard Kapuscinski en su libro Los cínicos no sirven para este oficio, existen dos realidades: las que nos muestran los medios de comunicación y la de verdad, la que la gente vive día a día, en forma cotidiana, que siempre difiere en gran medida de las que nos cuentan desde la prensa.
Comunicación de crisis
La coyuntura mundial actual hace que estemos gestionando lo que técnicamente se denomina comunicación de crisis, debido a la pandemia del Covid-19, ya que existe una situación inesperada y atípica que genera urgencia y desestabilización institucional. En ese sentido el gobierno comenzó con una inteligente gestión de la misma, incluso dando vida al Grupo Asesor Científico Honorario (GACH) para que hiciera las recomendaciones sanitarias pertinentes.
Al mismo tiempo se sucedieron las conferencias de prensa, tal como recomiendan los manuales de crisis. La prensa tuvo información continua, en tiempo y forma, en todo lo referido a la pandemia, al menos mientras la situación sanitaria podía ser considerada satisfactoria si la comparamos con el contexto regional, pero de un momento a otro se realizó un inentendible cambio de rumbo en la política de comunicación institucional.
Sin dudas, en esta área, el mayor error fue la opacidad en el manejo de la adquisición de las vacunas contra el Covid-19. En los primeros días de enero el presidente anunció a la prensa, para el beneplácito de los uruguayos, que nos habíamos “colado entre los grandes”, por lo que seríamos privilegiados en la adquisición de las vacunas.
Pocos días más tarde, el 27 de enero, una investigación periodística de Del Sol FM denunciaba que Uruguay no tenía nada firmado para adquirir las dosis del laboratorio chino Sinovac. El gobierno, ante esta situación optó por realizar una conferencia de prensa, en donde se dijo que no podían dar información al respecto sobre las negociaciones emprendidas.
Más allá de la poco feliz situación, desde el punto de vista de la comunicación de gobierno, la opción que tomó la administración central, de opacidad y secretismo, generó incertidumbre en la sociedad, miedo en la población que está en situación de riesgo y poca transparencia para la población, que es todo lo contrario a lo que marcan los textos de buenas prácticas en la materia.
Popularidad
Lacalle Pou es el presidente de derecha que en el primer año de administración ha conseguido el mayor apoyo popular desde el advenimiento de la democracia, lo cual no es un dato menor, por lo que hay que reconocer entonces que la comunicación de gobierno, desde el punto de vista de generación de consensos, está siendo efectiva.
Las investigaciones de opinión pública muestran que la popularidad del presidente se encuentra por encima del 50%, lo que significa que más gente de la que lo ha votado en el balotaje apoya la gestión, por más que los números también confirman que ese respaldo viene decreciendo encuesta a encuesta.
A futuro, ya finalizada la luna de miel electoral, es de esperar que la popularidad siga descendiendo, fundamentalmente si se logra paliar el Covid-19, pues como señaló el politólogo Oscar Botinelli, la pandemia es el tema casi hegemónico del relato comunicacional, mientras que en las áreas de economía, trabajo y seguridad ciudadana, entre otros, la percepción que tiene la población es deficitaria, según marcan las encuestas.
Con las actuales políticas comunicacionales será con el tiempo que confirmaremos si la Lacalle Pou logra superar la saturación y resistir el hastío que trae aparejada la concentración mediática, y si en una coyuntura de aumento de la pobreza, de incremento de los índices de desempleo y de pérdida de salario real, la construcción sobre su figura de surfista de Rocha y prohombre es la más adecuada para generar empatía.
Comentarios
Publicar un comentario