En los últimos
días del mes de julio, en la ciudad de Panamá, presencié un intercambio de
personas vinculadas al mundo sindical en donde se debatía sobre unos nuevos
integrantes de la bancada legislativa del país canalero, que cuentan con una
corta trayectoria política, y se habían adueñado de la bandera de la lucha
anticorrupción, a pesar de que ese había sido un estandarte histórico de las
fuerzas de izquierda.
El intenso
debate, luego de varias intervenciones de los militantes sociales presentes,
concluyó en una palabra que está tan de moda en los últimos años: el relato; o
dicho en forma más precisa, la batalla por el relato y el combate que se genera
por la terminología correspondiente.
Dice el sociólogo
francés Pierre Bourdieu que “el que nomina, domina”. Cuatro palabras cargadas
de un inmenso significado en lo que tiene que ver con la estrategia política y
fundamentalmente con el storytelling,
el arte de contar historias.
Quien logra
establecer y hacer predominar un relato sobre los demás existentes es quien
tiene las mayores posibilidades de dominar la narrativa política, de ahí la
importancia de la construcción del relato y, por ende, de la profesionalización
y dedicación que se le dedica a esta “herramienta de dominación”.
No fue casual que
en la primera elección de Nayib Bukele, el ahora presidente nominara con el frame “los mismos de siempre” a todos
los integrantes del sistema político de El Salvador, haciendo gala del ya
consagrado “son todos iguales” los que se integran la oferta electoral del
Pulgarcito de América y se repiten una y otra vez.
Tampoco fue
inocente el famoso marco cognitivo de “pacto de corruptos” instalado en
Guatemala, que refería a quienes detentaban el poder del país centroamericano y
que tenían secuestrada a la democracia de la nación, hasta el reciente
advenimiento del presidente Bernardo Arévalo.
Pero más allá de frames y de relatos que han marcado
historia en América Latina, en los últimos años –de manera similar al que muchas
veces hacen las barras bravas del fútbol cuando sustraen banderas de las
tribunas adversarias–, se ha constatado el uso de terminología que fue tomada
por las fuerzas conservadoras y que antiguamente eran estandartes de los
colectivos progresistas.
Uno de los
primeros y más notorios ejemplos fue el uso del frame “casta” política, que el actual presidente argentino, Javier
Milei, ha popularizado y matrizado en su relato de los últimos años, al punto
que actualmente es una bandera de todos los colectivos libertarios, no solo del
Río de la Plata, sino del mundo de habla hispana.
Pero los orígenes
del término casta no los tiene Milei, ni tampoco Vox, el partido
ultraderechista español que también lo acuñó, de quien seguramente toma
prestada la palabra el mandatario argentino. Quienes comienzan a nominar en su
relato a la casta en el mundo hispanoparlante fue Podemos, el colectivo
liderado por Pablo Iglesias, a partir del 15-M.
Quienes nacieron
como producto de la indignación social y se rebelaron contra el sistema
nominaron casta básicamente a los poderes fácticos y a gran parte del poder
político-partidario, entre ellos los bancos, los partidos tradicionales como el
PSOE y el PP, el mercado, etc. En cambio, para los libertarios y grupos de
extrema derecha la casta es el político tradicional. En resumen, para ambos la
casta forma parte de la nominación del enemigo en el relato.
Otro término que
era estandarte de los colectivos de izquierda era la libertad, pero a partir de
la pandemia fundamentalmente, los colectivos conservadores se empoderaron de él
para defender su tesis de no establecer reglamentaciones que permitieran a los
trabajadores quedarse en sus hogares para así garantizar la vida.
Incluso, la
libertad comenzó a ser utilizada como frame
en varias campañas electorales de derecha, entre ellas la última presidencial chilena,
en donde el candidato a jefe de Estado del Partido Republicano, José Antonio
Kast, afirmó que en los comicios se debía decidir entre “la libertad o el
comunismo”. No parece casual que, en el mismo año 2021, en las elecciones
autonómicas de la comunidad de Madrid, la candidata del Partido Popular, Isabel
Díaz Ayuso, propusiera exactamente el mismo marco cognitivo que el transandino:
libertad o comunismo.
Dentro de estos
combates terminológicos, en donde los colectivos conservadores han tomado frames que pertenecían a los progresistas,
y del que existen varios otros ejemplos, es peculiar cómo estos últimos no han
ido por algunos marcos cognitivos de sus adversarios. Quizás, uno de los que
más llama la atención es “provida”.
Provida, se ha
consagrado por los integrantes de los colectivos conservadores como un término
para nominarse a sí mismos y que alude a la lucha contra la interrupción voluntaria
del embarazo, fundamentalmente, pero también en algunas naciones refiere a la
eutanasia. En su espíritu, el significado está dado en ser los defensores de la
vida.
Por contraposición,
aquellos que son defensores de la interrupción voluntaria del embarazo, quedan
terminológicamente despojados de la defensa de la vida, cuando en verdad es un
marco cognitivo falso, ya que una de las principales banderas de quienes tienen
esta posición es justamente brindarle las garantías básicas para que las
mujeres que realicen esta práctica no mueran, por lo tanto, también son
defensores de la vida.
Pero, como dice
Bourdieu, el que nomina domina, y son las fuerzas conservadoras quienes están
trabajando más arduamente en la construcción del relato, al punto de apoderarse
de terminología que antes no era de su uso cotidiano y constituían valores de
sus adversarios.
Dice el escritor
francés Christian Salmon que la gente ya no compra productos, sino las
historias que estos productos significan. Esta sentencia, proveniente del mundo
comercial, también se aplica a la comunicación política. Cada uno de nosotros
estamos bajo el influjo del storytelling
y será el arte de nuestra narrativa lo que nos llevará a hacer valer nuestras
ideas.
El Post Antillano de Puerto Rico, edición del 1 de agosto de 2024.
Comentarios
Publicar un comentario