El valor de la dignidad

En ocasión del Tercer Encuentro de Consejos Consultivos que se celebró recientemente en Montevideo tuve la oportunidad de realizar una nota a dos compatriotas que residen en el exterior, uno en Venezuela y otro en Australia.
El encuentro fue en el Anexo del Palacio Legislativo y desde ahí decidimos trasladarnos a un bar que queda en las inmediaciones para poder llevar a cabo la entrevista con mayor comodidad y distensión.
Ya ubicados en la mesa del establecimiento, cuyo nombre no viene al caso citar, solicitamos tres cafés y dio comienzo el trabajo periodístico. Fue notorio para nosotros que en la mesa contigua había dos señoras, que superaban los cincuenta años, que no perdían pisada de lo que acontecía en nuestra conversación.
Decidí no dar mayor importancia al tema y seguir concentrado en mi trabajo, no sin notar que ya una de las señoras, cuya ubicación en su mesa no le permitía percibir todo el “espectáculo”, había girado 180 grados dejando de lado todo el disimulo posible para no perder pisada de la entrevista.
Aproximadamente una hora más tarde, cuando ya había culminado mi labor profesional y conversábamos de política nacional decidimos pagar la cuenta e irnos.
En la puerta del bar la señora nos alcanzó para decirnos que había escuchado la entrevista.
- Yo no me pude ir del país, la pasé mal en la crisis, antes y después, pero no me pude ir como ustedes.
- Yo me quedé sin trabajo hace unos quince años y tenía dos posibilidades: seguir sin trabajo o el pasaporte. Le contestó nuestro compatriota residente en Australia e inmediatamente le preguntó en dónde podía comprar una campera de cuero que sea buena.
- En Casa Mario, es en la calle Piedras, puede ir de parte mía… dígale que lo mandó una señora que trabajaba por ahí.
El hombre la miró instándola a que le complementara su respuesta, esperando un nombre personal o de algún comercio al que la casi sexagenaria hacía referencia.
- Es que… yo ejercía la prostitución. No tenía plata para irme a otro país, además no tenía a dónde ir, no conozco a nadie en otro lugar. No me quedó otra que ejercer la prostitución. Pero dejé… ahora dejé. Ustedes saben, ahora hay un montón de enfermedades, está el SIDA y los clientes no quieren usar preservativos. Yo tuve que dar esa lucha, no tenía otra opción, si quería vivir tenía que dejar la prostitución.
- Es una gran batalla que ganó, no tengo ninguna duda…
Sin dejarlo terminar la mujer nos explicó el segundo gran triunfo de su vida.
- Sí, esa fue una batalla, pero la más importante que gané fue la de la pasta base. Yo tengo diez hijos y todos consumían pasta base. Me dije que si había podido dejar la profesión ahora me tocaba dar la pelea por mis hijos y hacer que abandonaran la droga. ¿Y saben qué? Esa es la pelea más grande que gané, tengo la certeza que mis hijos ya no se drogan.
- Usted es una mujer valiente, atinó a responder mi acompañante.
- Les voy a decir otra cosa. Yo voté a Lacalle, soy blanca, siempre fui blanca. Pero este gobierno me devolvió la dignidad.
- ¿Por qué?
- Yo estuve en Trabajo por Uruguay. Pude barrer las calles de mi ciudad y la gente se acercaba y me hablaba, pude conversar con los vecinos mientras trabajaba. ¿Sabe que lindo que es eso? Ahora tengo otro trabajo, soy limpiadora y le digo más, vivo cerca de Tres Cruces, todo me queda cerca. Además mis hijos fueron beneficiarios del Plan de Emergencia, y a usted que es periodista le quiero decir que todos se equivocaron.
- ¿A qué se refiere? Contesté a la defensiva.
- Mis hijos ahorraron la plata que les daba el Plan de Emergencia entre todos y se pudieron comprar un vehículo. Y después todos critican que usan la guita para los celulares, para las motos o no sé para que más. Le decía que mis hijos pudieron comprar un vehículo, y todo el mundo nos criticaba, pero sabe qué, lo usamos para cargar cajones y vender cosas en la feria. Hoy ellos están vendiendo cosas en la feria, tienen trabajo y no están más con la pasta base. Sin esa plata nunca podríamos haber sacado un préstamo, ¿quién nos va a prestar plata a nosotros?
- ¿Y después de todo esto sigue siendo blanca? Le preguntó provocativamente mi acompañante.
- Si, claro, siempre voy a ser blanca. Pero voy a votar a este gobierno, ¿sabe por qué? Porque me devolvió la dignidad y hay que ser agradecidos, ¿verdad?

Comentarios