Me gustaba, pero nunca fui fanático de el “Sabalero”, nunca compré un disco suyo, ni siquiera fui a ver uno de sus recitales en vivo. Conozco sus canciones, fundamentalmente las más promocionadas, las que cantamos en los asados y algunas más.
La radio nunca difundió demasiado sus canciones, aunque sí se lo podía ver de tanto en tanto en algún programa periodístico, en donde era entrevistado para difundir un toque o un disco y se aprovechaba la circunstancia para consultarlo sobre un tema específico desde su rol de luchador social. La escena seguramente culminaba con Chiquillada o alguna de sus otras creaciones más conocidas, luego la tanda comercial.
“¡Qué sponsor la muerte!”, dijo una vez el “Corto” Buscaglia, en referencia al fallecimiento de Eduardo Mateo, uno de los grandes músicos que dio la patria, según la mayoría, pero nadie se lo hizo notar a él en vida. Claro, luego de su deceso sus temas pasaron a ser íconos de la música nacional, y sobre todo promocionados.
Desde que falleció el “Sabalero” la radio no deja de difundir sus temas, mientras que los programas de televisión ofrecen “especiales” sobre su vida y obra.
Cada vez que perdemos físicamente a un artista nacional su producción pasa a ser ampliamente difundida, se reeditan sus trabajos, sube ampliamente el precio de sus discos (o libros, cuando se trata de un escritor) y lo mejor de todo es que se lo reconoce.
Quizás deberíamos apostar a cambiar culturalmente y dar en vida todo lo que ofrecemos póstumamente a nuestros artistas, sino muchas veces suena a demagogia o simplemente a oportunismo empresarial.
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