Los 31 de diciembre tienen, al menos en Uruguay, ese sello de amor, de locura y de muerte.
Posiblemente producto de los excesos, el amor queda más a flor de piel y se dedica a todos, más allá de si es sentido o no, eso pasa a ser secundario, lo importante es explicitarlo hoy, sin importar si mañana se va a volver a hacer la vida imposible al otro.
Innumerables mensajes enviados a destinatarios que en el resto del año no se va a volver a llamar ni a recordar. A pesar de que se tenga la intención, el encuentro con esos afectos que hoy tanto se sienten quedarán postergados para una mejor oportunidad.
También es un día de locura, en el que las prisas y los excesos están a la orden del día. Hay que comprar, hay que consumir como si hoy terminara el mundo. Hay que comer y tomar hasta perder el conocimiento, seguramente para tomar coraje y decirle a los que tanto quisimos unos minutos antes, lo que pensamos de ellos en realidad.
Es una locura no elegir con quién vamos a pasar estos días que consideramos tan especiales. Asistir a reuniones en las que solo unos pocos están a gusto y los demás solo esperan el brindis de las 12, porque a partir de ese instante están liberados para la partida.
Y es un día de muerte, en donde increíblemente se cree que se termina un ciclo y comienza otro diferente, aunque el 1 de enero nos levantamos y notamos que hace exactamente el mismo calor que hizo el 31 de diciembre, que los problemas que teníamos no se solucionaron mágicamente y que la labor cotidiana espera, al igual que un día cualquiera del año pasado, pero en esta oportunidad acompañado de resaca.
¿Qué mejor día entonces, que uno que reúna esos cuentos de amor, de locura y de muerte podría haber elegido Horacio Quiroga para nacer?
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