Steve Landry está a un combate de llegar a sus cincuenta peleas en el boxeo profesional, su récord es de 13 ganadas, 3 empatadas y 33 perdidas. Tiene 45 años, una familia que mantener y le quedan muchos sueños por cumplir. Él sabe que nunca será campeón.
Nuestro protagonista, como cualquiera de nosotros, necesita dinero para cubrir las necesidades básicas del hogar, por lo que decide –por primera vez en su carrera– trabajar como sparring de un colega suyo que se prepara para una pelea muy importante.Tarek M’Barek –así se llama quien entrena para el futuro combate–, notando las pocas condiciones pugilísticas de su nuevo sparring y conociendo su magra trayectoria le pregunta por qué se dedica al boxeo. Landry es contundente con su respuesta, es consciente de que no tiene condiciones para este deporte pero lo ama y además, para que exista un boxeador de élite como M’Barek deben existir algunos sparrings.
Paralelamente Landry prepara su última pelea, para la cual, románticamente, decide convocar a su primer entrenador para que lo acompañe desde el rincón. El profesional, que apenas recuerda a nuestro amigo, le pregunta sobre cuál es su estilo de combate: ¿Un golpeador? ¿Un boxeador técnico?; nada de eso, “tengo un buen mentón”, reconoce nuestro amigo.
Este relato, que es de la película francesa sparring (puede verse en Netflix), nos deja algunas enseñanzas a ser utilizadas en la política. Decía el sociólogo ítalo-argentino José Ingenieros en El hombre mediocre que en la vida se es actor o público, no hay otra opción. Pues bien, esto mismo acontece en la política.
El candidato, y en forma mayoritaria todo aquel que asume un rol político es actor y como tal debe cumplir con las expectativas y exigencias de su público. De su desempeño dependerá el éxito o el fracaso.
Los partidos, movimientos, colectivos políticos, militancias y ciudadanía en general tendrán la responsabilidad de dar un rol ajustado a las condiciones de cada actor. Todos hemos sido testigos, en alguna oportunidad, de políticos que ocuparon determinados puestos y que solo tenían un buen mentón, pues ahí existe una falla, porque hemos perdido a ese actor para una misión para el cual habría sido idóneo.
En ese sentido, son muy saludables las elecciones primarias o internas partidarias que se celebran en muchos países de América Latina, ya que es la militancia en su conjunto la que define democráticamente quién es su candidato, como aconteció, por ejemplo, el pasado domingo 16 de setiembre con el PRD de Panamá o sucederá el próximo 28 de octubre con el FAD del mismo país.
Volviendo al box, el ser el sparring o el peleador del combate de fondo, el actor o el público, no se circunscribe exclusivamente al candidato. Electo quien portará el estandarte existen distintos roles a cumplir dentro del proyecto político, algunos que requerirán ser actor protagónico y otros, que son igual de importantes, que exigirán que sea actor de reparto.
La confusión de estos roles en las campañas electorales y en la política en general llevan en la mayoría de los casos no solo al caos, sino a no alcanzar los objetivos trazados en la planificación estratégica.
Pero más allá de los actores, protagónicos o de reparto, también están –en las películas y en la vida política– quienes ejercen la función de directores, trabajando tras bambalinas y sin ser visualizados por el público. Su función es lograr llevar adelante la planificación estratégica.
Steve Landry finalmente disputó su pelea número cincuenta y la ganó. Para llegar al triunfo puso sus pocas condiciones técnicas y su experiencia al servicio de su combate, y contó con alguien en la esquina que le trazó la estrategia, le ordenó su trabajo y supo darle el mensaje adecuado en el momento justo. Así es el boxeo, así es la política y también en ocasiones la vida.
Publicado en El Siglo de Guatemala. Edición del 19 de setiembre de 2018.
Publicado en Rebelión. Edición del 24 de setiembre de 2018.
Publicado en Rebelión. Edición del 24 de setiembre de 2018.
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