Finalmente no hubo sorpresas en la elección presidencial brasileña y el ultraderechista Jair Bolsonaro se impuso en el balotaje, por un amplio margen, al candidato del Partido de los Trabajadores, Fernando Haddad. Horas de incertidumbre se viven en el país más grande de América Latina, en la región y el mundo.
El pueblo brasileño castigó con dureza, en las urnas, a todo un sistema político que en los últimos años se caracterizó por ser presa de la judicialización de la política. Magistrados que asumieron protagonismo como actores políticos y acusaciones de corrupción –probadas y no probadas por igual–, estuvieron a la orden del día en la campaña brasileña y tuvieron un peso importante en el resultado final.
Cuando el sistema político en crisis se abre el espacio para los outsiders autoproclamados salvadores, por lo general empresarios o en este caso en particular un fascista, con declaraciones que lo demuestran homofóbico, racista, machista y misógino. Nada de eso importó. El país reclamaba una mano dura que se hiciera cargo de la corrupción, sin importar las consecuencias.
Es una incógnita lo que pueda llegar a suceder en Brasil. A modo de ejemplo, el electo presidente fue grabado hablando por teléfono diciendo que Lula se pudriría en la cárcel y que Haddad también sería encarcelado, desconociendo –o no– la “teórica” independencia del Poder Judicial. En la misma conversación afirma que va a barrer del mapa a “los rojos”, en referencia a la izquierda brasileña.
No podemos olvidar que el electo mandatario es un defensor a ultranza de la pasada dictadura militar brasileña y sus métodos, entre ellos la tortura, según declaraciones que él mismo ha realizado a lo largo de su carrera política y en la misma campaña electoral. Incluso varios militares vinculados a ese período serán incluidos en la nueva administración.
Bolsonaro también anunció la eliminación y fusión de varios ministerios, privatizaciones y un cambio de modelo económico que no prevé contemplar el gasto actual en políticas sociales.
En el plano regional el electo jefe de Estado ya se comunicó con los presidentes de los países del Mercosur, a excepción de Uruguay –el único país de signo progresista del bloque continental–. En lo comercial el nuevo presidente es proclive a buscar un mayor acercamiento con Estados Unidos e Israel, según ha trascendido, y ya no tanto con América Latina. También hoy resulta una incógnita saber cómo será el relacionamiento político con Venezuela y Bolivia.
Se avecinan cambios duros para Brasil, con recortes de libertades individuales, amenazas a los derechos humanos, un endurecimiento de las políticas de seguridad, etc. La sociedad civil y los políticos en general deben estar alertas, porque de ellos también depende el resguardo de muchos de los derechos adquiridos.
Un ejemplo concreto de esto es la presión que han realizado los grupos ambientalistas ante el anuncio de que sería cerrado el Ministerio de Medio Ambiente y pasaría a formar parte del de Agricultura, que llevó a que Bolsonaro reviera esa decisión.
Será tarea del Parlamento mantenerse vigilante ante posibles desbordes del Ejecutivo brasileño, será el rol de los partidos políticos hacer una autocrítica y tomar las medidas necesarias para eliminar la corrupción de sus filas, hecho que llevará a dar mayor credibilidad a una democracia que hoy parece gravemente herida.
Y será la labor del nuevo progresismo, brasileño y latinoamericano, el entender que vivimos en un sistema de campaña permanente, en donde la planificación debe ser a corto, mediano y largo plazo, con objetivos concretos, que tengan como prioridad la protección de los más carenciados y del pueblo todo, fundamentalmente de las minorías que hoy se ven amenazadas.
La elección en Brasil nos deja otra enseñanza: el político tiene que tener vocación de servidor público, de trabajar por los más necesitados, de estar junto a la gente, para escucharla, para interpretarla y para velar por sus intereses. Hay que recobrar la bandera de la ética y los valores, porque cuando esto se olvida llegan las debacles políticas, sociales y culturales.
Es hora de asumir responsabilidades y redoblar esfuerzos, en Brasil y en toda América Latina, para no permitir que los autoritarismos vulneren los derechos de los más desprotegidos y para que la corrupción, provenga de quien provenga, ya no tenga lugar.
El pueblo brasileño castigó con dureza, en las urnas, a todo un sistema político que en los últimos años se caracterizó por ser presa de la judicialización de la política. Magistrados que asumieron protagonismo como actores políticos y acusaciones de corrupción –probadas y no probadas por igual–, estuvieron a la orden del día en la campaña brasileña y tuvieron un peso importante en el resultado final.
Cuando el sistema político en crisis se abre el espacio para los outsiders autoproclamados salvadores, por lo general empresarios o en este caso en particular un fascista, con declaraciones que lo demuestran homofóbico, racista, machista y misógino. Nada de eso importó. El país reclamaba una mano dura que se hiciera cargo de la corrupción, sin importar las consecuencias.
Es una incógnita lo que pueda llegar a suceder en Brasil. A modo de ejemplo, el electo presidente fue grabado hablando por teléfono diciendo que Lula se pudriría en la cárcel y que Haddad también sería encarcelado, desconociendo –o no– la “teórica” independencia del Poder Judicial. En la misma conversación afirma que va a barrer del mapa a “los rojos”, en referencia a la izquierda brasileña.
No podemos olvidar que el electo mandatario es un defensor a ultranza de la pasada dictadura militar brasileña y sus métodos, entre ellos la tortura, según declaraciones que él mismo ha realizado a lo largo de su carrera política y en la misma campaña electoral. Incluso varios militares vinculados a ese período serán incluidos en la nueva administración.
Bolsonaro también anunció la eliminación y fusión de varios ministerios, privatizaciones y un cambio de modelo económico que no prevé contemplar el gasto actual en políticas sociales.
En el plano regional el electo jefe de Estado ya se comunicó con los presidentes de los países del Mercosur, a excepción de Uruguay –el único país de signo progresista del bloque continental–. En lo comercial el nuevo presidente es proclive a buscar un mayor acercamiento con Estados Unidos e Israel, según ha trascendido, y ya no tanto con América Latina. También hoy resulta una incógnita saber cómo será el relacionamiento político con Venezuela y Bolivia.
Se avecinan cambios duros para Brasil, con recortes de libertades individuales, amenazas a los derechos humanos, un endurecimiento de las políticas de seguridad, etc. La sociedad civil y los políticos en general deben estar alertas, porque de ellos también depende el resguardo de muchos de los derechos adquiridos.
Un ejemplo concreto de esto es la presión que han realizado los grupos ambientalistas ante el anuncio de que sería cerrado el Ministerio de Medio Ambiente y pasaría a formar parte del de Agricultura, que llevó a que Bolsonaro reviera esa decisión.
Será tarea del Parlamento mantenerse vigilante ante posibles desbordes del Ejecutivo brasileño, será el rol de los partidos políticos hacer una autocrítica y tomar las medidas necesarias para eliminar la corrupción de sus filas, hecho que llevará a dar mayor credibilidad a una democracia que hoy parece gravemente herida.
Y será la labor del nuevo progresismo, brasileño y latinoamericano, el entender que vivimos en un sistema de campaña permanente, en donde la planificación debe ser a corto, mediano y largo plazo, con objetivos concretos, que tengan como prioridad la protección de los más carenciados y del pueblo todo, fundamentalmente de las minorías que hoy se ven amenazadas.
La elección en Brasil nos deja otra enseñanza: el político tiene que tener vocación de servidor público, de trabajar por los más necesitados, de estar junto a la gente, para escucharla, para interpretarla y para velar por sus intereses. Hay que recobrar la bandera de la ética y los valores, porque cuando esto se olvida llegan las debacles políticas, sociales y culturales.
Es hora de asumir responsabilidades y redoblar esfuerzos, en Brasil y en toda América Latina, para no permitir que los autoritarismos vulneren los derechos de los más desprotegidos y para que la corrupción, provenga de quien provenga, ya no tenga lugar.
Publicado en El Siglo de Guatemala. Edición del 31 de octubre de 2018.
Publicado en HispanTV. Edición del 1 de noviembre de 2018.
Publicado en Rebelión. Edición del 2 de noviembre de 2018.
Publicado en Rebelión. Edición del 2 de noviembre de 2018.
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