Pero el coronavirus no es el exclusivo responsable de esta situación, sino que, como siempre acontece, las crisis llegan cargadas de oportunidades que son “aprovechadas” por los oportunistas de ocasión. Por lo tanto, el gran problema de la pérdida de fuentes laborales en América Latina es sin dudas la pandemia, pero a ella se le han sumado algunos empresarios y gobiernos que, motosierra en mano, utilizaron esta situación para realizar recortes que concluyen en beneficios económicos o se adecúan a su forma de ver y entender el mundo.
Como siempre sucede los más perjudicados son los que menos tienen: los más pobres, los informales, los que tienen menos acceso a la tecnología y los menos formados. Aquellos que tienen menores posibilidades de resistir la crisis económica, más urgencia de resolver sus necesidades básicas diarias y que se encuentran más lejos de la protección de las políticas públicas.
Nadie puede saber cuánto más durará esta situación que se está tornando catastrófica. Desde los tan devaluados organismos internacionales se prevé que se registre una mayor pérdida de fuentes laborales, al tiempo que se anuncia la necesidad de una reestructura del mundo laboral –con un fuerte énfasis en el teletrabajo– mientras se prolonga una pandemia que posiblemente recién vea su fin cuando la ciencia haga extensiva la anunciada vacuna. Sin dudas que ya nada va a ser igual.
No hay soluciones mágicas, es difícil de creer que alguien las tenga, pero ante este difícil escenario crece la necesidad de que los trabajadores se organicen para paliar la magra situación. Escuché decir un día al politólogo español Juan Carlos Monedero –en ocasión de su intervención en el Foro Latinoamericano de Derechos Humanos de Santiago, en enero de 2020– una frase que se aplica a las actuales circunstancias: “la única autoayuda que funciona es la autoayuda colectiva… y se llama política”.
Tomando la cita de Monedero como disparador, en estos tiempos de crisis económica y de pérdida de empleos, la autoayuda colectiva también se llama trabajadores organizados en defensa de sus fuentes de ingreso, y eso se hace realidad precisamente con el fortalecimiento del movimiento sindical.
Podrá decirse que los colectivos de trabajadores no tienen buena imagen en muchos de los países de América Latina, según lo que señalan las investigaciones de opinión pública, pero son los colectivos organizados los que pueden brindar la protección necesaria cuando el Estado es remiso, al tiempo que también son los que pueden hacer sentir su voz en la defensa de los derechos vulnerados.
Por eso también es importante dar las herramientas comunicacionales imprescindibles a los trabajadores agremiados, para que puedan emitir en forma más eficaz sus mensajes, para que puedan generar canales para escuchar a sus afiliados y para que puedan desarrollarse a la par que el empresariado y los diferentes actores de gobierno en los medios de comunicación y en las redes sociales.
En la mayoría de los países de nuestra América Latina, a pesar de ser la que más está sufriendo el desempleo en la pandemia, de ser una de las regiones más desiguales y con mayores índices de pobreza del mundo, no existe la educación formal en comunicación sindical, un área que debe profesionalizarse con urgencia para ayudar a paliar la actual crisis laboral.
Publicado en:
Semanario Voces de Uruguay, edición del 12 de noviembre de 2020.
El Hurón de España, edición del 12 de noviembre de 2020.
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