La pandemia de la Covid-19, además de haber generado mucha pobreza y desigualdad en América Latina, ha cambiado el modo de relacionarnos, ha renovado el mundo del trabajo, ha puesto en debate el rol del Estado y también reconfiguró la forma de hacer política, entre otros tantos cambios.
La denominada nueva realidad trajo consigo otros códigos de comunicación entre políticos y ciudadanos. Por motivos sanitarios se ha puesto en una larga pausa el contacto físico, herramienta utilizada por candidatos y gobernantes para estrechar lazos, mostrarse cercanos, empáticos, generar condiciones propicias para el diálogo y también conseguir votos o aumentar la popularidad.
El incremento del uso de las nuevas tecnologías también contribuyó al aumento de la virtualidad en detrimento de la presencialidad física. También permitió que políticos y partidos pudieran comunicarse directamente y en forma inmediata con muchas más personas sin importar el lugar geográfico en que se encuentren y, a su vez, permitió que los ciudadanos pudieran dialogar sin intermediarios con sus líderes y gobernantes, entre otros.
Este nuevo escenario llevó a que tuviera que reformarse la planificación estratégica de los colectivos, poniendo más énfasis en las campañas digitales –en la virtualidad– y recortando los antiguos planes de movilización presenciales. Al mismo tiempo, obligó a que los actores políticos tuvieran que adaptarse rápidamente a los códigos comunicacionales del nuevo tiempo.
No es casual entonces que en el nuevo período que comienza a amanecer en América Latina traiga consigo la renovación de liderazgos políticos. Se trata de una nueva generación que domina la virtualidad, pero también la presencialidad; no desconocen el rol de los medios de comunicación tradicionales, pero no reniegan de comunicar a través de las redes sociales cuando la estrategia así lo demanda; priorizan y profesionalizan la comunicación de gobierno e institucional de sus colectivos partidarios; trabajan con equipos multidisciplinarios y han dejado por el camino a los antiguos gurús propagandistas que se destacaban en el Guerra Fría o les han buscado un nuevo rol.
Tampoco se trata estrictamente de un tema generacional sino de entender que el mundo ha cambiado y con ello la política; que es imprescindible la planificación estratégica y la profesionalización de la comunicación política, por más que esto tampoco nos asegura el éxito, pero sí tener mayores posibilidades de alcanzarlo.
Posiblemente el primero en haber entendido esta situación, previo incluso a la pandemia, fue el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, que desplegó una estrategia digital en la comunicación de gobierno de su país que lo llevó a obtener altos niveles de popularidad y consenso, más allá de la actual situación que vive ahora. Porque no hay que engañarse, una buena comunicación de gobierno tampoco solucionará las malas decisiones políticas.
También el presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, profesionalizó la comunicación de gobierno, recibiendo infantiles críticas de la oposición que afirmaba que el país era gobernado por una agencia de publicidad. Las políticas desarrolladas por el mandatario han generado mayor pobreza, desempleo, inflación, pérdida del salario real, etc. pero su popularidad continúa siendo relativamente alta.
Quizás quien esté llamado a ser uno de los principales líderes de la izquierda continental, el electo presidente chileno Gabriel Boric sea uno de los políticos que mejor haya entendido esta nueva era política, al menos así lo demostró en la campaña electoral, pero deberá ahora confirmarlo en la comunicación de gobierno de su administración.
En la vereda de enfrente encontramos al presidente peruano Pedro Castillo, con una comunicación de gobierno en la que parece administrar día a día la agitada coyuntura del país sin que exista un plan estratégico detrás, al igual que otros tantos jefes de Estado de la región.
Las necesidades de los latinoamericanos no se agotan con una buena comunicación de gobierno ni con la mejor de las planificaciones estratégicas, siempre será necesaria la buena política y los buenos políticos, pero los tiempos que corren obligan a la profesionalización y quienes no lo entiendan corren el riesgo de quedar cada vez más relegados en esta denominada nueva realidad.
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