Recientemente la cientista
política inglesa Sara Farris acuñó el término feminacionalismo, para definir la
estrategia que utilizan algunos colectivos ultraderechistas que toman
postulados parciales del feminismo, con el objetivo de justificar acciones de
claro carácter nacionalista, racista, xenófobo o aporófobo. Más allá del
neologismo, tanto en Europa como en América Latina, comienza a vislumbrarse una
narrativa emitida desde estos grupos políticos que colisionan o atentan contra derechos
adquiridos por las mujeres.
Marine Le Pen ya
no es una mujer temible. Sus ideas radicales parecen perder fuerza ante la
llegada a la política de Eric Zemmour, un candidato de ideas fascistas más
extremas que las que nos tenía acostumbrados la líder de Rassemblement National. Incluso, la líder francesa aparenta moderar
los mensajes emitidos por su nuevo competidor.
La nueva Marine
Le Pen es una mujer amante de los animales. Varias fotografías besando a sus
gatos fueron repetidas por los medios de comunicación en la campaña electoral
francesa y se viralizaron en las redes sociales. El retrato de las caricias y las
miradas de amor dirigidas hacia tiernos felinos ayudaron a suavizar la imagen
de una figura que es tan temida como odiada, además de portadora de un
reconocido discurso de odio, que entre sus componentes también se encuentra el
feminacionalismo, como lo demostró con su propuesta de prohibir el uso de
hiyab.
La prohibición
del uso del velo para las mujeres musulmanas, forma parte de las políticas
nacionalistas de las derechas extremas, y se enmarca dentro de un discurso
antiinmigración de estos colectivos, pero en este caso en particular se lo
matiza enmarcando la acción en la figura de la mujer sometida a una sociedad
machista.
Ya en 2016, Le
Pen había dado muestras de sus estrategias feminacionalistas, cuando afirmó su
gran temor a que la crisis migratoria marcara el principio del fin de los
derechos de las mujeres.
Pero el
feminacionalismo no es el único elemento discursivo que se encuentra en esta
nueva narrativa de género que comienzan a impulsar estos grupos, sino también
la negación de la violencia de género.
En el año 2020,
en el Congreso español, la diputada de Vox Macarena Olona emitía un discurso
que brinda claridad con respecto al pensamiento que tienen las ultraderechas
sobre la violencia machista: “el hombre no viola, viola un violador; el hombre
no mata, mata un asesino; el hombre no maltrata, maltrata un maltratador; el
hombre no humilla, humilla un cobarde. Como mujer, como española, como madre,
como hermana, como política, afirmo –y es un honor para mí hacerlo en
representación del grupo parlamentario Vox–, que la violencia no tiene género.
Y no vamos a asumir en nuestro grupo que se criminalice al varón, que se le
haga potencial asesino y maltratador., Porque no aceptamos que la violencia
esté en el adn masculino, no aceptamos sus leyes ideológicas y totalitarias”.
Vox promueve el
término “violencia intrafamiliar”. Una definición en la cual se incluye la
violencia hacia la mujer, pero al mismo tiempo este término se constituye en
una premisa que lleva a la invisibilización de un gravísimo mal que vive la
humanidad en el mundo entero.
Además, este
postulado fue una de las prioridades que marcó el grupo ultraderechista español
al Partido Popular en Castilla y León, a la hora de asumir su primer gobierno local,
como socio minoritario del partido de la centroderecha española en este mismo
2022.
El
conservadurismo es otro de los elementos discursivos que manejan estos grupos
en materia de género, con algunas propuestas que incluso atentan contra los
derechos adquiridos por las mujeres. Entre ellos, quizás uno de los que más se
destaca es su ferviente rechazo a la interrupción voluntaria del embarazo.
Si bien existe, en
América Latina aún no es tan explícito este discurso, aunque se prevé que no
demore mucho en serlo. Quizás, para muestra baste una iniciativa presentada en
el parlamento uruguayo, por la diputada Inés Monzillo, de Cabildo Abierto, a
través de la cual busca modificar la ley de violencia hacia las mujeres basada
en género, al considerar que es perjudicial para los hombres. La misma
legisladora presentó, además, un proyecto de ley para prohibir el lenguaje
inclusivo en instituciones educativas públicas y privadas.
Otro recordado
caso del conservadurismo latinoamericano en materia de género de parte de las
ultraderechas se dio en 2019, al ser investida Damares Alves como ministra de
Mujer, Familia y Derechos Humanos en el gobierno de Bolsonaro, en Brasil. En la
oportunidad la secretaria de Estado anunció la llegada de “una nueva era” en la
que los niños volverían a vestir de azul y las niñas de rosa.
Quizás Alves no se equivocaba, y premonitoriamente anunciaba la llegada de una nueva era, en la que los avances obtenidos por las mujeres durante décadas de luchas comenzarían a verse cuestionados y amenazados por el discurso –que no tiene nada de improvisado– y las acciones de los grupos ultraderechistas que comienzan a proliferar en el mundo entero.
Publicado en:
El Post Antillano de Puerto Rico, edición del 26 de abril de 2022.
El Siglo de Guatemala, edición del 27 de abril de 2022.
Semanario Voces de Uruguay, edición del 28 de abril de 2022.
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