Las últimas elecciones presidenciales francesas dejan algunas lecturas que bien vale la pena reseñar y que confirman algunas tendencias que se están viviendo en otras latitudes, entre ellas en América Latina. La abstención, el debilitamiento de los partidos políticos y el fortalecimiento de las extremas derechas son algunos de los elementos que se vienen confirmando y que no son una buena señal para la salud de las democracias.
Antes de la convocatoria del pasado domingo 10 de abril las encuestadoras galas preveían que la abstención sería una de las características de esta primera vuelta electoral. Los datos muestran que hubo un 4,1% menos de votos si se compara con 2017, que a su vez había sido una consulta con menor votación que la de 2012. De todas formas, el abstencionismo se situó en el 26,31%, muy lejos del histórico 41,55% del 2002.
La baja votación ha favorecido en estos últimos años a la ultraderecha, permitiéndole a la Marine Le Pen alcanzar el balotaje en los dos últimos comicios, así como también favoreció a su padre, Jean Marie Le Pen, cuando la extrema derecha llegó a la segunda vuelta, en la recordada elección del 2002.
La escasa participación electoral también se dio este mismo fin de semana en México, cuando se celebró el referéndum revocatorio a mitad de mandato de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador. Menos del 20% fue a las urnas. Incluso, si también vemos los datos de participación del balotaje costarricense, del pasado 3 de abril notaremos que la abstención superó el 40%.
Una segunda lectura muy importante que se dio en Francia fue el bajísimo apoyo que recibieron dos de sus partidos más emblemáticos: el Partido Socialista y Los Republicanos. El colectivo progresista –cuya candidata presidencial fue Anne Hidalgo– que supiera tener como abanderados a los expresidentes François Mitterrand y François Hollande, apenas alcanzó el 1,75%; mientras que los conservadores –con la candidatura de Valérie Pécresse– cuyo génesis se encuentra en la UPM, portadores de las ideas del general Charles De Gaulle, y en cuyas filas se distinguieron los exmandatarios Nicolás Sarkozy y Jacques Chirac, consiguieron el 4,78%. La ley electoral francesa dice que al no haber llegado ninguno de los dos al 5% de los votos, no son beneficiaros de recuperar la inversión de campaña, por lo que su supervivencia quedará muy comprometida.
El hecho de que partidos políticos emblemáticos hayan sufrido reveses de este estilo también se ha dado en las últimas elecciones latinoamericanas. Quizás el caso más notorio es el de Chile, en donde el bipartidismo liderado por la Concertación y Vamos Uruguay, colectivos que se alternaron la presidencia del país trasandino desde el fin de la dictadura de Pinochet, en los últimos comicios y por primera vez en su historia, ni siquiera llegaron al balotaje. También en Uruguay, pero hace ya casi dos décadas, se dio el caso del Partido Colorado, que en algunos períodos pudo ser definido como un partido hegemónico y actualmente cumple un rol testimonial en lo que a caudal electoral se refiere.
La fidelidad partidaria parece ser menor tanto en Francia como en América Latina en los últimos tiempos, si nos ceñimos a estos resultados electorales.
Otro elemento que queda de manifiesto es la consolidación de las extremas derechas, portadoras de discursos ultranacionalistas y con bases xenófobas. Le Pen en Francia, por segundo período consecutivo llega al balotaje, con posibilidades importantes de ganar la presidencia; pero además el candidato de Reconquista, Éric Zemmour, que salió cuarto con el 7,07% de los votos, también responde a la misma ideología, e incluso, discursivamente se posicionó en forma más radical que Le Pen.
El auge de las ultraderechas no es nuevo, se viene consolidando minuto a minuto. En las últimas elecciones a las Cortes de Castilla y León, en España, Vox obtuvo el 17,64% y por primera vez lograron formar parte de un gobierno, ya que los votos del Partido Popular no alcanzaron para hacerlo en forma individual. Lo mismo se prevé que suceda en las próximas elecciones de Andalucía, en este 2022.
Pero también en América Latina estos colectivos están pisando fuerte. En Brasil gobierna Jair Bolsonaro e irá por la reelección. Aunque se prevé que Lula Da Silva triunfe en los comicios de octubre, la extrema derecha se encuentra muy fuerte; además, en Chile el colectivo de José Antonio Kast no solo disputó el balotaje, sino que actualmente es la oposición más sólida para el gobierno de Gabriel Boric, y sucesivamente se podría mencionar país a país, cómo las extremas derechas continentales comienzan a mostrar su presencia como una alternativa de gobierno tan peligroso como real.
En cambio, en los progresismos sucede algo que se viene repitiendo: la imposibilidad de tejer alianzas. La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon nuevamente quedó en las puertas del balotaje, tal como aconteció en 2017. Esta vez por un margen que apenas superó el 1%. Es difícil desestimar qué podría haber sucedido si las fuerzas progresistas hubieran acudido a la cita electoral con un solo candidato. Si bien no se trata de matemáticas y los votos no se transfieren de esa forma, todo hace pensar que debido al escaso margen por el que no llegó a la segunda vuelta, una coalición podría haber dado una oportunidad extra a la izquierda.
Tanto las elecciones francesas, así como las que se vienen registrando en América Latina comprueban conductas que son merecedoras de estudio y que deberían constituir enseñanzas para quienes se desarrollan en el mundo político. Por el bien de la salud de nuestra democracia es imprescindible prestar atención a las señales que llegan desde la ciudadanía.
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