Con irregularidades, polémicas y una democracia que cada día se debilita más en la región comenzó el 2024. El pasado domingo 4 de febrero dio inicio el ciclo electoral en América Latina y el Caribe, con las convocatorias a las urnas en El Salvador y Costa Rica, en un año con características especiales: más de la mitad de la población del mundo está llamada a votar en comicios nacionales o locales.
El 2023 terminó –más que con una sorpresa– con un golpe al mentón a una democracia latinoamericana que está bastante debilitada últimamente. El triunfo de Javier Milei y su asunción como presidente en un país como Argentina, uno de los grandes del continente, demuestran lo que el Latinobarómetro viene mostrándonos año a año e investigación tras investigación: quienes son nacidos en este continente del tercer mundo valoran cada vez menos la democracia, es más, la mayoría no tendría problemas en vivir en una dictadura, siempre y cuando se le resuelvan las necesidades básicas.
Este escenario ha hecho emerger a una nueva generación de falsos mesías políticos que vieron la oportunidad de, con un discurso neopopulista, alcanzar sus objetivos y denostar la política como herramienta de cambio. Claro, que todo esto basado también en los magros resultados que han alcanzado muchas administraciones regionales en los últimos años, porque bien o mal, todos requerimos soluciones a nuestros problemas y las mismas –sobre todo luego de la pandemia– se han demorado en llegar.
Con estos antecedentes no sorprendió la altísima abstención que se dieron en las elecciones locales de Costa Rica. El 68% de los ciudadanos demostró desinterés y apatía al decidir no ir a votar por sus futuros gobernantes.
Los resultados mostraron también un revés muy importante hacia el presidente Rodrigo Chaves, ya que su colectivo, el Partido Progreso Social Democrático, solo obtuvo dos alcaldías, frente al medio centenar que consiguieron las das agrupaciones históricas del país, el Partido Liberación Nacional (30) y el Partido Unidad Social Cristiana (20).
Unos cuantos kilómetros hacia el norte, en El Salvador se confirmó lo que todos ya sabían desde antes de comenzar la campaña electoral. En un país en el que está prohibida la reelección presidencial, Nayib Bukele decidió hacer caso omiso al mandato de la carta magna de su país y presentar nuevamente su candidatura a jefe de Estado.
Pero principio tienen las cosas. Bukele, que había sido un político de izquierda en sus inicios –cuando fue alcalde de Nuevo Cuscatlán (2012 – 2015) y de San Salvador (2015 – 2018) integrando el FMLN– se convirtió en un mandatario que se presentó “sin ideología”, pero que a todas luces sus políticas comulgan con los colectivos más conservadores y despóticos. Hoy su figura se acerca más a la de un influencer de redes sociales que a la de un servidor público.
A Bukele le cuentan a su favor el haber “terminado” con la inseguridad que generaban las maras de su país, y que en un momento tuvieron a El Salvador de rodillas. Es más, el líder salvadoreño hizo gala de la construcción de una megacárcel, que se ha convertido prácticamente en un set de filmación, donde podemos observar a través de productos audiovisuales, que genera la misma administración, las violaciones a los derechos humanos que sufren los privados de libertad, muchos de ellos integrantes de las clicas, pero otros solo cometieron “el delito” de portar tatuajes, ser jóvenes o pobres, y debido a ello y a las políticas de seguridad impuestas, se los ha condenado a vivir tras las rejas sin tener siquiera el derecho a un juicio justo.
Algunos de los que antes temían ser víctimas de las maras hoy tienen miedo de los desbordes de quienes deben velar por la seguridad ciudadana de los salvadoreños.
En lo que tiene que ver con otros logros del gobierno, no son tan claros, primero porque la prensa está sometida en el país y no puede ejercer su función de watch dog. Un claro ejemplo de ello es que el equipo del prestigioso medio periodístico El Faro tuvo que exiliarse para poder continuar con su labor. De todas maneras, en el plano económico, educativo o social no se han registrado avances significativos. Sí se debe ponderar la revolución que ha realizado en materia de comunicación de gobierno, fundamentalmente en lo vinculado a la comunicación digital.
Con este panorama, con una oposición a la cual se persiguió y desfinanció –al punto que no pudieron hacer campaña electoral prácticamente–, bajo amenazas de que si no ganaba la inseguridad campearía por el país y violando la constitución, Bukele fue reelecto presidente.
No fue de extrañar que el jefe de Estado napoleónicamente se autoproclamara a sí mismo, sin esperar la resolución del organismo electoral que también él controla. El nuevo gobierno tendrá mayorías absolutas en el congreso luego de aplastar en las urnas a la oposición con más de un 80% de adhesiones, y buscará ahora sí la forma “legal” de instalar la reelección por tiempo indeterminado.
Manuales de estrategia sostienen que para mantener el poder y el liderazgo es necesario tener un enemigo contra el cual pelear. Hasta el momento Bukele había puesto como su enemigo político a las maras –sobre las que, paradójicamente, hay denuncias de haber financiado otrora las campañas del actual mandatario–. Pero con las clicas derrotadas y encarceladas, en su discurso del pasado domingo 4 de febrero dio pistas sobre quiénes serán sus nuevos enemigos: la prensa y los países que componen la comunidad internacional que denuncian su acto inconstitucional.
Lo cierto es que la figura y el estilo de Bukele concita mucha adhesión no solo en El Salvador, sino también en otros países de la región que ven como emerge un nuevo tipo de liderazgo, basado en el debilitamiento del sistema democrático y de los partidos políticos; una nueva casta autoritaria y populista, cuasi con visos monárquicos, los autoproclamados nuevos mesías en los que muchos de los latinoamericanos comienzan a depositar sus menguadas esperanzas de conseguir una vida mejor.
El año electoral comenzó en El Salvador y Costa Rica, pero el 2024 también convocará a las urnas a dominicanos, chilenos, venezolanos, uruguayos, panameños, mexicanos y boricuas en nuestra región. En muchos de estos países comienzan a surgir oportunistas figuras que pregonan los discursos de Bukeles y Mileis como una herramienta de marketing electoral. Serán los ciudadanos latinoamericanos quienes decidirán si optan por cantos de sirenas o por apostar a una democracia que se ve cada vez más en riesgo en nuestro continente.
El Post Antillano de Puerto Rico, edición del 6 de febrero de 2024.
Semanario Voces de Uruguay, edición del 8 de febrero de 2024.
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