El negro invisible

Nunca supe como se llama, tampoco me preocupé demasiado por saberlo. Eso no es de extrañar si tengo en cuenta que ni siquiera sé el nombre de mis vecinos más cercanos, pero lo que sí tengo claro es que este moreno no es invisible, al menos para mi.

Alguien que no tiene motivos para mentir me dijo que este hombre, de casi dos metros de alto, es el hijo de un embajador africano, que tiene mucha plata, pero se volvió loco y se fue a vivir a la calle. No es verdad, seguro que no es verdad, se trata nada más que de otro mito urbano que habita en Montevideo.

No tengo muy claro cuándo fue que lo conocí, uno no presta atención a esas cosas, porque en verdad, no lo conozco, solo sé que lo veo, no creo que sea producto de mi imaginación.

Recuerdo un diálogo que el moreno tuvo con “alguien” que yo no podía ver, como otros no pueden verlo a él y como él entonces no podía verme a mi ni a otros. Porque a fuerza de ser sinceros cada uno de nosotros elige a quién ver, cuándo, cómo y dónde.

De la rememorada conversación solo pude escuchar una voz, la del negro:

- ¡No te pongas así mi amor!

- (...)

- No te calentés, si no pasa nada...

- (...)

- No te das cuenta que ella no existe para mi.

- (...)

- No pasa nada, te dije que no pasa nada, vos te imaginás cada cosa...

- (...)

- ¡Andá a cagar! ¿Sabés qué?

- (...)

- Para mi vos tampoco existís.

- (...)

Este diálogo siguió y no sé cuál fue el final del mismo. Estoy seguro que hablaba con su novia, pero no tengo claro si ella lo perdonó, si realmente no existía “la otra”, si el moreno estaba siendo sincero, o que.

Aunque doy fe que a ella no la pude ver, era totalmente invisible para mis ojos... pero no me animo a afirmar que no existiera, yo no la puedo ver pero él si, para el negro existe. De la que tengo dudas sobre su existencia es “la otra”, creo que solo estaba haciendo una escena para darle celos a su novia.

Poco tiempo después de este episodio el moreno me habló. Ese fue el día que me di cuenta que yo para él no era invisible. El encuentro se dio así; yo traía vino casero en una botella de plástico de litro y medio y encontró la oportunidad justa para abordarme.

- ¿Me das vino?

- No es vino, le dije.

- ¿Qué es?

- Kerosene.

- ¿Me das igual?

Mi respuesta fue negativa, por egoísmo, porque pensé que si el moreno tomaba vino del pico de mi botella iba a tener que tirar todo el preciado líquido, así que decidí no darle y me lo justifiqué pensando que era lo mejor para él. Cómo le voy a dar vino a este buen hombre, si seguro que no comió nada en todo el día... mentiras que uno se inventa y tiene necesidad de creerse para no sentirse tan mierda.

Ayer volví a verlo y me di cuenta que, probablemente producto del amor, logró mimetizarse con su novia y pudo mudarse para su mundo. El negro ya es invisible, igual que ella para mi. Parado en el semáforo pide una moneda a todo automovilista que es interceptado por la luz roja, pero ya nadie lo escucha. Y vuelve a pedir una moneda a los peatones que aguardan que la verde les dé el paso y ya nadie lo ve.

El negro, al igual que los hurgadores de los carritos, los niños que piden en las calles, los mendigos, los lisiados, los pobres y muchos más se volvieron invisibles... pero yo todavía los veo.

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