Outsiders, políticos y payasos


“Dicen que los ricos son los malos y los pobres son los buenos. 
¿Entonces por qué todos quieren ser los malos?” (Coluche)

Localidades agotadas. El Café de la Gare estaba a tope y desde afuera podía escucharse una voz chillona, estridente. El público regalaba risas a granel. En el escenario, nada más y nada menos que Coluche.
“Dios dijo: habrá hombres grandes, habrá hombres pequeños, habrá hombres guapos y habrá hombres feos, habrá hombres negros y habrá hombres blancos. Y todos serán iguales, pero no será fácil todos los días. Y añadió: también habrá hombres que serán negros, pequeños y feos, ¡y para ellos, será muy difícil!”.
Michel Colucci, más conocido como Coluche fue seguramente uno de los clowns más importantes de Francia. Un hombre reconocido por su compromiso social y por sus aptitudes artísticas, no precisamente refinadas, al punto que reconocía ser “siempre grosero, nunca vulgar”, en referencia a sus ocurrencias ante el público o entrevistas que le realizaban en la televisión.
Corría la década del 70 cuando el éxito de Coluche estaba en pleno apogeo. Francia, por ese entonces, presidida por Valery Giscard d’Estaing se encontraba en crisis y era afectada además por algunos escándalos que involucraban a la Presidencia de la República. El descontento ganaba a los franceses, que acrecentaban su indignación y descreimiento con el sistema político.
Con este escenario, y ante la nueva presentación de Giscard d’Estaing como candidato a la reelección presidencial, Coluche decidió ingresar al ruedo. Consultado por la prensa del motivo de ser candidato a presidente, el humorista les respondió: “Dejaré de hacer política cuando los políticos dejen de hacer humor. Ellos me roban mi trabajo, yo les robo el de ellos”.
El clown, ya en campaña, definió su electorado muy claramente: “los vagos, los sucios, los drogados, los alcohólicos, los maricones, las mujeres, los parásitos, los jóvenes, los viejos, los artistas, las lesbianas, los presos, los aprendices, los negros, los peatones, los árabes, los franceses, los melenudos, los locos, los travestis, los excomunistas, los abstencionistas convencidos y todos los que no cuentan para los políticos”.
El público elegido era muy amplio, pero entre ellos se encontraban algunas de las minorías que estaban muy descontentas con el gobierno francés y no se sentían representadas por el menú de candidatos a presidente de la República.
Coluche, con su humor, su irreverencia y el malestar de parte del electorado llegó a obtener en determinado momento de la campaña un 16% de apoyo ciudadano francés, según las encuestas, en unas elecciones que finalmente ganó en segunda vuelta el socialista François Mitterrand.

La oportunidad

“La mitad de los políticos no saben hacer nada y la otra mitad son capaces de hacer cualquier cosa”, sentenciaba Coluche, que encontró el espacio y la oportunidad que le brindaba el sistema. Es que para que nazca un verdadero outsider de la política tiene que encontrar la oportunidad y fundamentalmente debe contar con el espacio para nacer, crecer y desarrollarse.
En este caso la oportunidad era latente, el espacio estaba vacío. Los franceses enojados y descreídos con el sistema, las minorías que no se sentían representadas por los políticos se sentían atraídos por una opción por fuera del establishment, por lo que una parte del electorado optaba por apostar por otra cosa, por lo nuevo.
Desde Coluche hasta hoy, y desde que la política es política siempre han aparecido personajes por fuera del sistema con éxito dispar, habitualmente producto de la impericia de una administración y el descreimiento del menú electoral.
“El gobierno no tendría déficit si le pusiesen impuestos a la estupidez”, decía Coluche.
De esta forma han surgido personajes como el payaso Tiririca en Brasil, que fue el diputado más votado de la historia de ese país, que en su campaña electoral, maquillado y ataviado con sus atuendos clowns reconocía no saber de qué se trataba la función de legislador y hacía punta con eso; vedetes, personajes de la farándula y los medios de comunicación, deportistas destacados y últimamente el arribo del empresario exitoso.
Todos y cada uno de ellos llegó bajo la figura del outsider, del salvador de la patria y tratando de trasladar su sapiencia en otra área al escenario de la política. No se trata de que un individuo que no sea un “político profesional” no pueda incursionar en estas lides, sino que lo que no debe trasladarse es la pericia de otra profesión al manejo de la administración pública. No es igual. El Estado no es un teatro, ni una cancha de fútbol, ni una empresa.

El espacio

El espacio es vital para el desarrollo político. Cuanto más espacio vacío exista mayores oportunidades se brindan para que todo tipo de “político” ingrese a la arena y forme parte de los menús electorales, fundamentalmente avalados por su reputación y/o su billetera.
Es en esos momentos que empieza a ser más notoria la necesidad de que sea el pueblo y no los outsiders los que a través de la participación tomen esos espacios, reduciendo así las posibilidades para que aparezcan personajes que valiéndose de la apatía ciudadana logren escalar posiciones hasta llegar a manejar los destinos del país.
Ejemplos claros de esto en los últimos años los dieron España, con la aparición del 15M, y Francia con Nuit Debout y la France Insoumise, también los países de la primavera árabe. Allí el pueblo organizado, en la calle, tomando su espacio de poder, cultivó una nueva (o volvió a la vieja) forma de hacer política.
En momentos que la ciudadanía se aleja de la política, que decide no participar y dejar el espacio vacío es cuando crece la oportunidad de este tipo de outsider. La responsabilidad es de cada uno y del pueblo todo, de cuánto espacio permitir para la participación de los renovados Coluches o de los nuevos payasos.

Publicado en semanario Voces. Edición del 8 de diciembre de 2016.

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